La muerte de un genio.
Intenta
recordar cuando tú tenías entre 3 y 5 años de edad, cuando estabas en tu
guardería.
Era un delicioso día de verano y tu
maestra llega temprano, con un poco de mal humor y les anuncia con un
entusiasmo fingido que todos van a realizar el dibujo de un avión.
Tú estás entusiasmado/a, porque tú mente
se llena de imágenes todas traviesas y maravillosas y estás tan ansioso/a que
ni siquiera tienes tiempo para expresarlas sobre el papel que tienes en tu
mesa, y ese poco de lápices maravillosos de todos los colores con que vas a
crear tu primera obra de arte.
La maestra sigue con su fingido
entusiasmo, está pasando por una crisis familiar, y les dice a todos, muy bien
niños, yo quiero que dibujen un
avión.
En tu imaginación puedes ver muy bien un
avión, pero la técnica para extraerlo de tu cerebro y ponerlo en el papel es
algo más difícil.
¿Qué se te ocurre hacer a esa edad?,
rodeado de todos tus amiguitos, todos de tu misma edad, todos con papel y
lápices en sus manos, bueno, lo más natural del mundo es que tu voltees a ver
a tus amiguitos para ver lo que están haciendo.
¿Pero que dice tu maestra cuando se da
cuenta que estás mirando el dibujo de tu amiguito?, se le sale la clase y
explota con todo su mal humor retenido ya por un buen rato y te dice: “deja de mirar lo que hacen los demás”, eso es hacer
trampa. (los niños aprenden imitando y copiando modelos)
Ahora, maestra, piensa por un momento en
lo que pasó realmente en esa clase, es lo mismo que hubiera sucedido si al
año de edad, cuando tú digites por primera vez “mamá o papá” y alguno de
ellos te hubiera respondido: “Siempre
hemos sabido que serías un fracaso”, ¡NO utilices nuestro lenguaje!, crea
el propio lenguaje tuyo.
Por supuesto que ninguna madre y ningún
padre diría eso jamás, ¿por qué? Porque todos sabemos, en lo más profundo de
nuestro cerebro que nuestra primera forma de aprender es imitando, que imitar es nuestra primera herramienta para
cualquier aprendizaje, es la forma en que nuestro cerebro adquiere los
primeros principios del conocimiento, a partir de los cuáles, más tarde
podemos empezar a añadirle nuestra propia creatividad.
Esto es tan cierto para el lenguaje,
como lo es para el arte, para las matemáticas y también es cierto para la
ciencia y para cualquier saber del conocimiento humano.
Pero volvamos por un momento a esa
fatídica experiencia que tuviste en tu primera clase de dibujo, o de
matemáticas, o de ciencia, o de algebra, o de física, o de plastilina, en la que esa maestra te arrebató tu técnica
de aprendizaje primordial (la imitación). (Los padres también hacemos lo
mismo que la maestra, con la diferencia que el “NO” tiene más fuerza).
Con mucha frustración te esfuerzas en
vano y desconsoladamente hasta que se acaba el tiempo y se supone que has
terminado tu trabajo, entonces la maestra te permite mirar alrededor tuyo ¿y
qué es lo que ves?, muchos aviones mejores que el tuyo.
Irónicamente, la mayoría de los niños
ven aviones mejores, porque ellos están mirando la peor parte del suyo y la
mejor parte de los ajenos.
En estos momentos, tu maestra la termina
de hacer, diciéndole a los niños que te ayuden a descubrir que el tuyo no es
la obra maestra que tú te habías imaginado, y para colmo, uno de tus
compañeritos te puede decir, no es tan bueno, no tiene alas, tu pena y tu
humillación van aumentando a pasos
agigantados y tu pequeño brote de
creatividad empieza a marchitarse y la pena no termina ahí, como la maestra
acostumbra colgar los dibujos de la pared, tienes que pasar una semana
completa recordando tu incompetencia, tu fracaso y el no haber podido
realizar tu obra maestra.
Dentro de unos pocos días, tu maestra
vuelve a empezar el día diciéndoles, bueno niños hoy tenemos clase de dibujo,
y ¿Qué dice tu cerebro? Noooooo, no
quiero saber más de esto. Y a partir de ese momento ya tu cerebro se ha
demostrado a si mismo que no es bueno para hacer eso.
Rafael Lugo
Padrino
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lunes, 3 de marzo de 2014
La muerte de un genio.
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